La Merced la fiesta de los redimidos 2

Segunda parte de esta reflexión sobre una iglesia en salida redentora misionera y la creatividad al servicio de la fe.

Continúa el testimonio de fray José Luis, Párroco y Superior de la parroquia San Pedro Nolasco de Tucumán. Esta reflexión la hizo en el contexto de los conversatorios que se organizaron desde la Merced en Argentina para participar del proceso de escucha de la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.

Puedes leer aquí la primera parte de este testimonio.

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Cuenta que las procesiones siempre llevan mucha gente y que en este tiempo de pandemia (2020 y 2021) las han reemplazado por caravanas, se sale en una camioneta con alguna imagen o el Santísimo y, previamente habiendo hecho una difusión de los lugares por donde se va a pasar, la gente espera en la puerta de su casa el paso de esa imagen o del Santísimo a rezar y hasta hay familias que adornan sus casas, “se vive como una fiesta de algo que es un minuto o dos minutos donde pasa la caravana, porque no nos podemos detener por las cuestiones del protocolo sanitario”.

Esta piedra popular significa para la comunidad un reto, expresa el párroco, “hay que empezar a unir mundos”, como poner más contenido a ese momento sin perder la frescura de esa tradición tan arraigada desde lo afectivo.

Resalta que para la gente es muy importante el contacto físico con las imágenes, tocar el manto de la Virgen, por ejemplo, y que también les significa mucho llevarse algo al final de las celebraciones, que quizá puede ser un símbolo que en verdad es un modo de entrar en contacto con lo sagrado y lo sagrado que entra en contacto con lo cotidiano.

El tiempo de pandemia ha sido un desafío porque la parroquia y las capillas permanecieron cerradas, empezaron a usar las redes, para las reuniones de los grupos y para poder animar a toda la comunidad por este medio. Se han hecho conversatorios, vigilias, rezos, cosas que han ido surgiendo a través de las redes de modo de ir sintiendo que se hace camino juntos aunque no sea de manera presencial.

Confirma que hubo que reformular muchas maneras de hacer las cosas, como en la catequesis que se propusieron los altares familiares, incentivar el momento de reunión familiar a rezar en la casa, “poníamos hincapié que era  como lo hacían los primeros cristianos, que los primeros cristianos no iban a la iglesia, se reunían en casa, rezaban en casa y si podían invitar al vecino lo invitaban”.

Cuenta que hubo gente que se sentía coartada en su libertad al no poder ir a participar de las celebraciones, pero la mayoría de la gente entendió la situación y armó su altar, había actividades de la catequesis en la que los chicos tenían que compartir sus imágenes.

Cuenta la anécdota de que cuando la Virgen del Valle visitó Tucumán, a los catequistas se les ocurrió hacer un gran manto para la Madre y ese manto que abriga, entonces se les solicitó a las familias que hicieran su propio manto y fue un momento más en el que se congregaban a hacer algo juntos, para compartirlo con el resto de la comunidad.

En este tiempo de pandemia se fue apoyando a las familias con la palabra, con un gesto como el de bendecir con agua o ungir con aceite, una señal de que Dios entraba en las casas y de que la iglesia no estaba ausente.

También significó mucho acompañar a los enfermos y sobre todo a las familias que padecieron pérdidas dolorosas, por lo terrible que es perder a alguien que se quiere y no poder despedirse, no poder tener un velatorio, al querer acompañar estas situaciones fue surgiendo un grupo de personas que ha sufrido pérdidas que, conectado con la pastoral de duelo de la arquidiócesis, se reúne para compartir lo que les pasa y como ir ayudándose a sanar la herida que deja este momento. Aclara fray José Luís que él acompaña al grupo, pero no participa de las reuniones, son llevadas adelante por personas laicas que se convocan.