Sonrisa de Elefante, sonrisas de Dios

Repasar la trayectoria de Colonia Sonrisa de Elefante es abrazar la historia de todos los que tuvieron esa vivencia coloniera. Niños y niñas, jóvenes estudiantes, ex alumnos, docentes, familiares, religiosos y religiosas son parte de los 30 años de camino del proyecto. Y la experiencia «Sonrisa» es parte de sus vidas.

Guillermina Curcho comparte su testimonio, y vuelve a pasar por el corazón imágenes, sensaciones, sentimientos y sorpresas en este espacio que le cambió la vida, para siempre.

     «En 1998 estaba en 3 año del “San Pedro Nolasco”, en Caballito, entraron al aula algunos ex-alumnos y docentes -que hoy son grandes amigos- y nos invitaron al “Campamento de Iniciación”, el primero del año para prepararnos para ser “profes” en febrero de una colonia de vacaciones que se hacía en otro colegio de la Orden de la Merced.

      Recuerdo que nos mostraron imágenes de esos niños y niñas con los que nos íbamos a encontrar, nos contaron cómo era un día con ellos y cómo se organizaban, y aún sin entender realmente lo que estaba por vivir acepte la invitación. Dije que SI, que iba a ir al campamento para después poder ir a “ayudar” y a “jugar” con esos chicos al año siguiente, en el que “SONRISA DE ELFANTE” cumpliría 5 años de VIDA.

      Participé del “Campamento de Iniciación” y luego del “Campamento Taller”, y finalmente llegó febrero de 1999. Mis amigas del colegio también habían aceptado aquella invitación así que esa aventura de mudarnos 10 días a otra escuela, dormir juntas en las aulas y en colchones inflables (que siempre amanecían pegados al suelo) y encima “hacer algo por otros” nos parecía un gran plan.

      Lo que todavía no sabía era que ese SI, que esa SONRISA, iba a ser el comienzo de muchos otros si y de tantas otras sonrisas en mi VIDA.

      Juan, Sancho, Carla y Ricky nos habían invitado a hacer y a compartir “diez días diferentes” con nenes y nenas de los barrios vulnerables que rodeaban el colegio “Padre Márquez”, en Berazategui, nos hablaron de un tiempo de juego y de alegría necesario para ellos y sus familias pero, aunque ya lo sabían, no nos dijeron que esos días eran también un regalo de DIOS para todos los que habíamos aceptado “SU” invitación.

      Eran las 9 hs. del primer día de colonia, aún recuerdo la mezcla de emoción y miedo que sentía en la panza antes de que abriera el portón. Llegó el encuentro con esos “rostros” que me habían mostrado en fotos pero a quienes ahora podía abrazar, mirar, cuidar y me decían “profe”, aunque yo solamente tenía 15 años.

Hasta que se hacían las 17 hs. jugábamos y cantábamos, compartíamos en ronda el desayuno, el almuerzo y la merienda, lavábamos los platos en palanganas, hablábamos de higiene dental, aprendíamos sobre hacer y cuidar una huerta, etc.

Cuando sus familias los venían a buscar nos íbamos a comer sándwich de milanesa a unas cuadras del colegio o a comer alfajores “Capitanes del Espacio” al kiosco de enfrente.

  A las 19 hs. se terminaba el descanso y el tiempo para bañarse, y llegaba el momento de “evaluar” el día y de PLANIFICAR el siguiente. Con el mate o el tereré en la mano nos poníamos a pensar en qué juegos habían “jugado todos” y en cuáles no, en cómo habíamos funcionado como equipo y a hacer “corrección fraterna” para poder hacerlo mejor. 

      Antes de cenar y de irnos finalmente a dormir llegaba el momento de recordar el por quién y para qué estábamos ahí. Ese rato tan necesario de “espiritualidad” para volver a decir que SI pese al cansancio y de empezar a extrañar las “comodidades” de nuestras casas.

      Sin dudas, esos días compartidos con los “Fenomenitos” (de 9 años) y con otros “profes” de ambos colegios, terminaron siendo “diferentes” para mí.

      Antes de SONRISA no había convivido con tantas personas, no había tenido que bañarme por turno ni había servido la mesa para más de 100 personas. Tampoco había tenido que lavar ollas tamaño XL ni tenía la costumbre de bendecir cada comida.

Pero fundamentalmente, antes de SONRISA, no había visto tan de cerca la vulnerabilidad de los “preferidos” de Jesús. No había podido ponerle nombre, mirada y voz a quienes sufren desde tan pequeños las consecuencias de un mundo tan desigual.

      Haber coincidido con ellos durante ese verano, y los posteriores, determinaron también mi vocación. Sus historias me interpelaron de tal manera que decidí estudiar abogacía y trabajar en un juzgado penal de menores en donde muchas veces me encuentro dando de comer, abriendo “portones-rejas”, resignificando el sentido de la LIBERTAD y jugándomela, en la parte ínfima que me toca, por una justicia más “humana”, menos ciega y sorda.

      Afortunadamente, después de ese febrero de 1999 vinieron otros 20 febreros más en los que seguí siendo “profe” y también formé parte del equipo de coordinación de SORNISA pero creo que lo más importante es que aún sigo siendo “coloniera”.

      Todos los días trato de vivir como si estuviera en la colonia, de hacer al “modo jugado” de Jesús, de imitar “SU” forma divinamente humana de tratar a los demás.

      Y tengo el privilegio de compartir esos intentos cotidianos con “Mati”, mi compañero de camino de hoy y de nuestra “primera colonia” en 1999, en la que ni sospechábamos que íbamos a ponernos de novios en 2006, a casarnos en 2009 y a ser, en unos meses, los papás de Timoteo, ¡que viene en camino!

      Es imposible resumir tanta VIDA, estos 30 años de “SONRISA DE ELEFANTE” y de todos los que alguna vez pasamos por ella porque ese tiempo compartido, esos “300 días diferentes” -casi un año- fueron también los que hicieron la diferencia en las nuestras.

      SONRISA es una HUELLA eterna e inconmensurable en la vida de quienes desde 1995 se animaron a decirle que SI a Él, al que para mostrarnos la inmensidad de la “suya” sigue haciendo sonreír a los elefantes».