Los Mercedarios del 25 de Mayo

En un nuevo aniversario de la gesta que dio inicio a nuestro Primer Gobierno Patrio, recordamos a los 17 frailes de la Orden de la Merced que tuvieron documentado protagonismo en el nacimiento de la Nación. 

Muchos fueron los referentes eclesiásticos que alentaron el camino de libertad e independencia del pueblo argentino. En el camino de emancipación de la corona española, el obispo, los clérigos y miembros de las órdenes religiosas actuaron decididamente en favor de esta causa durante los días previos y posteriores al 25 de mayo de 1810.

El fraile mercedario Eudoxio de Jesús Palacio en su libro “Los diecisiete mercedarios de Mayo” describe la actuación de los religiosos y su protagonismo en el nacimiento de la Patria. También otros reconocidos autores y fuentes de la historia argentina han dedicado páginas al registro de esta trascendente participación.

Las vísperas del 25 de Mayo

Varios eran los motivos de descontento de buena parte de los vecinos que fueron convocados al Cabildo abierto del 22 de Mayo, donde se votó y aprobó la caducidad del mando del Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Dos instancias sucesivas, la cesantía del Virrey por la vía del Cabildo ordinario y la elección de nuevo Gobierno en Cabildo abierto, constan en el acta del Cabildo del 21 de mayo de 1810. Y fueron justamente éstas las que se pusieron en consideración de los 251  vecinos, representantes del vecindario que respondieron a la convocatoria al Cabildo Abierto del 22 de mayo, tras haber sido cursadas 450 invitaciones.

El Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810

Tras un debate del que se tienen muy pocas noticias, se pasó a la votación. Hubo voces a favor de la permanencia del Virrey y otros votos en alternativa del cese de su cargo, delegando la autoridad en “el Cabildo como representante del pueblo, interin forme un gobierno provisorio dependiente de la legítima representación que haya en la península de la legítima soberanía de… Fernando VII…».

Cuando le tocó el turno de votar al coronel Cornelio Saavedra, expuso que «consultando la salud del pueblo y en atención a las actuales circunstancias, debía subrogarse el mando superior que obtenía el Excmo Señor Virrey en el Excmo. Cabildo de esta capital, interín se forma la Corporación o Junta que deba ejercerlo;cuya formación debe ser en el modo y forma que se estime por el Excmo. Cabildo, y no quede duda de que el pueblo es el que confirma la autoridad o mando»

Con algunas variantes menores, se sucedieron una gran cantidad de votos en apoyo de la propuesta de Saavedra. Pero uno de tales votos se destacó por el entusiasmo patriótico con que fue pronunciado. Según relata el historiador dominico fr. Rubén C. González, O.P., en su trabajo «Las órdenes religiosas y la revolución de Mayo»:

«En el Cabildo abierto del 22 de Mayor estaban presentes dos prelados de la Merced: el Provincial Maestro fray Hilario Torres y el comendador de Buenos Aires, fray Juan Manuel Aparicio. Ambos adhirieron decididamente a la posición de D. Cornelio Saavedra que, como es sabido, propiciaba la deposición del Virrey y el ejercicio del gobierno por el Cabildo, hasta la constitución de una Junta. Si el Provincial apoyaba con decisión a Saavedra, el Comendador iba más allá todavía, declarando su acuerdo con el voto del Jefe de Patricios y reduplicándolo en todas sus partes».

La junta del 24 de mayo

Todo, en apariencia, estaba solucionado. Pero al caer noche del 24 de mayo varios focos de resistencia a la flamante Junta provisional se encendieron en Buenos Aires, a raíz de integrar la misma el ex Virrey: uno, en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, donde se reunieron Domingo French, Feliciano A. de Chiclana, Eustoquio Díaz Vélez y otros; también había malestar en el cuartel de Patricios, la unidad militar más numerosa y mejor equipada de la plaza; y podemos presumir, sin que lo afirmen ni lo nieguen los historiadores, que en otros lugares de Buenos Aires estalló el descontento, como en los conventos de Mercedarios y Dominicos, partidarios fervorosos del cese en el mando de Cisneros. Los dos vocales del ala más radicalizada, se vieron desbordados por los acontecimientos y, apenas unas horas después, se reunió el cuestionado organismo para solicitar al Cabildo «que proceda a otra elección en sujetos que puedan merecer la confianza del pueblo, supuesto que no se la merecen los que constituyen la presente Junta, creyendo que será el medio de calmar la agitación y efervescencia que se ha renovado entre las gentes…»

Los Mercedarios tuvieron ocasión de documentar su protagonismo en esas horas decisivas del nacimiento de nuestra nacionalidad; se supone que a partir de la sede de los Patricios, y entre los oficiales y tropa, sus familiares y vecinos, comenzó a circular un manifiesto cuyo texto era el siguiente: «Los vecinos, comandantes y oficiales de esta capital de Buenos Aires que abajo firmamos por nosotros y a nombre del pueblo, hacemos presente que hemos llegado a entender que la voluntad de éste (se refiere al pueblo) resiste a la junta y vocales que V. E. (se refiere al Cabildo) se sirvió elegir y publicar; y quiere que V. E. proceda a manifestar por medio de otro bando público la nueva elección de vocales que (el pueblo) hace de la junta de gobierno que ha de regir y gobernar, compuesta de… (y seguían los nombres de quienes, en definitiva, ocuparon los cargos de Presidente, Vocales y Secretarios de la Primera Junta de Gobierno).

Más de 400 firmas suscribían ese manifiesto, entre civiles y militares, incluyéndose además 18 eclesiásticos: 1 sacerdote secular (el Capellán Castrense, Dr. Roque Illescas) y 17 religiosos del convento mercedario: los dos participantes de la asamblea del 22 de Mayo: fray Hilario Torres, superior provincial, y fray Juan Manuel Aparicio, Comendador (superior) del Convento y los religiosos fr. Nicolás Herrera, fr. Santiago Miño, fr. Manuel Aguilar, fr. Pedro Chavez, fr. José Troli, fr. Isidro Mena, fr. Roque Silva, fr. Esteban Porcel de Peralta, fr. Gregorio Maldonado, fr. José Miguel Arias, fr. Manuel Saturnino Banegas, fr. Pedro Pacheco, fr. Isidro Viera, fr. Juan Buenaventura Rodríguez de la Torre y fr. Manuel Antonio Ascorra.

No parece haber sido fácil conseguir esas firmas, y seguramente uno de los principales animadores de esa enfebrecida noche fue el mercedario fr. Juan Manuel Aparicio. A ese respecto, nos remitimos al informe que elaborara un testigo ocular de esos momentos, don Manuel Goicochea, secretario del Virrey: «Se ha visto al padre Comendador de la Merced, el Rvdo. Fray Aparicio, predicando en los corredores del cabildo en los tiempos más críticos de la insurrección, la libertad e independencia, y correr los cuarteles a caballo con pistolas al cinto, animando y sublevando a las tropas, la noche del 24 de Mayo».Pero no sólo con esta actitud manifestó su entusiasmo patriótico.

El Capitán Possidonio da Costa, espía al servicio de la corte del Brasil, escribía al Conde de Lindares en fecha 3 de julio de 1810, que los mercedarios eran muy adictos a la Revolución, que el Comendador motejaba en el Cabildo a los partidarios del Virrey y festejó solemnemente  el triunfo del 25 con una fiesta que duró días, con engalanamiento e iluminación del edificio de su convento.

La Iglesia en la gesta de Mayo

Ya explicamos de qué manera actuaron el Obispo y los clérigos (regulares y seculares) en el Cabildo abierto del 22 de Mayo. Pero su protagonismo en el nacimiento de la Patria, no se limitó, cierto a ese momento histórico.

La actuación del padre Aparicio, Comendador de la Merced, por ejemplo, lo coloca entre los principales protagonistas de los sucesos que terminaron por instalar el primer Gobierno Patrio: su entusiasmo «juntista» en el Cabildo Abierto y sus ironías ante los partidarios del mantenimiento del Virrey en el cargo, nos llevan a la convicción que fue él, tal vez, uno de los pocos, con algunos (si no todos) los contertulios de la casa de Nicolás Rodríguez Peña, por ejemplo, que tenían conciencia de que se estaban dando pasos sin retorno hacia el nacimiento de una nueva Nación y no hacia una mera transición hasta el retorno al trono de Fernando VII.

Sería extender demasiado este artículo si nos propusiéramos dar aquí una semblanza, siquiera, de cada uno de los eclesiásticos que contribuyeron al alumbramiento de la Patria. Pero son muchos los que merecen el reconocimiento de los argentinos de hoy, por el legado de libertad que nos hicieron. Sean los nombrados simplemente los ejemplos de tantos hombres de la Iglesia que, fieles a sus convicciones, se comprometieron decididamente en el servicio de la Argentina naciente.