Como homenaje a todos los padres, quisimos compartir el testimonio de vida de un papá de nuestras comunidades mercedarias cuya historia está atravesada y configurada por el carisma redentor.
El profesor José Lissandrello, docente del Instituto León XIII nos cuenta su experiencia con La Merced desde niño, en su formación, en su servicio como educador y en la formación de su familia.
“Mi nombre es José Lissandrello, profesor del León XIII desde hace ya bastante tiempo (más precisamente, en el año 1986 ingresé como preceptor). De todos modos, también en este colegio cursé mi secundario, motivo por el cual ya desde chico comencé a vivenciar todo lo relativo al carisma mercedario.
En realidad, si debo hacer memoria, mi primer recuerdo tiene que ver con aquellas procesiones a las que me llevaba mi madre y a las que asistían mis familiares de localidades vecinas. Ciertamente ellos esperaban con ansiedad esos momentos de la procesión para manifestar su devoción a Nuestra Madre de La Merced. Recuerdo a dos tíos míos que venían desde la localidad de La Calera decididos a portar las andas de la Virgen y de San Pedro Nolasco.
¡Cómo no recordar la llegada de la Virgen al templo al tiempo que la banda del ejército entonaba las notas de nuestro himno nacional! No faltaban los vendedores ambulantes que ofrecían, particularmente a los niños, tanto golosinas como algunos juguetes. Si de procesiones se trataba, debemos decir que hablamos de verdaderas fiestas de la comunidad donde se expresaba una profunda fe popular.
En mi paso por el secundario no puedo dejar de mencionar la importante tarea que en aquellos tiempos llevaron a cabo los distintos frailes mercedarios acompañando el día a día de quienes éramos alumnos en aquel entonces. Recuerdo al Padre Carlos Diez, entre otros, con el cual muchos aprendimos a jugar al ping pong. En realidad, esto era una excusa para luego poder matear, charlar, reflexionar y hasta rezar.
Por el lado de los docentes, quisiera destacar la importante tarea que desempeñaban los sacerdotes que por aquel entonces eran profesores y, uno de ellos, director: me refiero al Padre Teodoro Scrosatti. Un gran educador, un hombre de letras, alguien que fue un “humanista mercedario”. Verdaderamente este sacerdote, el Padre Carlos Diez, el prof. Ramón Cornavaca, entre otros, dejaron profundas huellas que permitieron forjar en mi interior una espiritualidad mercedaria, atenta a las cautividades, atenta a un saber que fuera capaz de liberar y, atenta, por cierto, a la fragilidad de los más débiles. Todo esto fue moldeando, a lo largo de mis años como docente, en nuestro “querido León” y en la Universidad, un espíritu decidido a prestar oídos a aquellas cuestiones inherentes al ser humano y propias del evangelio.
Una experiencia muy similar a la de docente es la que puedo comentar como padre. Con mi querida esposa Fabiana, tuvimos cinco hijos y dos nietos hasta ahora. También con ellos he procurado sembrar de manera similar a la que lo he hecho en las aulas.
Con los alumnos, con los hijos, con el prójimo…sembrar sin esperar ver los frutos; por cierto, si uno los ve, este hecho retroalimenta la esperanza. Sin embargo, el desafío -me parece-, está en encontrar la alegría en el acto de sembrar con la íntima convicción de que Dios se encargará de que esa semilla pueda dar su fruto a su debido tiempo.
En el León XIII, en la familia y en toda comunidad mercedaria, sembrar para liberar”.
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