Inspiración del Padre José León Torres

Hoy 10 de mayo recordamos el día en que fray José León Torres, religioso mercedario, mientras celebraba la Eucaristía en el 14° aniversario de su Primera Misa, recibe del Espíritu Santo la inspiración de fundar una congregación de hermanas.

Ese mismo año, 1887, se concreta la creación del Instituto de Religiosas Mercedarias del Niño Jesús. El día 1 de octubre se funda la congregación en el barrio de Alta Córdoba, donde actualmente continúa situada la Casa Generalicia de las Hermanas Terceras Mercedarias del Niño Jesús. Hoy, esta rama femenina de la familia de La Merced hace presente  el carisma redentor en muchos lugares de Argentina y el mundo. 

En el libro “Historia de una idea”, la Hna Graciela Ojeda, Mercedaria del Niño Jesús, nos cuenta la historia de los inicios de la congregación. En cada capítulo, con relatos, diálogos y narraciones se puede sentir la emoción, el sentimiento y el deseo de los distintos personajes, pero principalmente del Padre Torres y de las primeras hermanas. 

Proponemos compartir un fragmento del capítulo 25, llamado “14 años después”, para situarnos en los detalles de la época y profundizar en este trascendente y fecundo acontecimiento de la vida del padre Torres y de las hermanas mercedarias de manera emotiva e imaginaria.

“El fresco del otoño se hacía sentir a esa hora de la mañana, y a pesar de que el sol remoloneaba en salir, el P. Torres se dirigió tempranito al templo, dispuesto a celebrar la primera Misa del día. ¡10 de mayo de 1887! ¡Hacía 14 años, el milagro más grande se había hecho presente en sus manos, en el momento de la consagración! Hoy, más que de costumbre, su corazón rebosaba de gratitud y gozo. Por eso, su primer acto del día sería, precisamente, actualizar ese misterio en el que se abandonaba confiado y adorante. 

Su pequeño monaguillo, como casi todos los días, lo asistía con esmero y admiración. Era un  muchachito de unos siete años. Siempre que en casa se lo permitían, acompañaba a su mamá o a su tía a la celebración litúrgica. Le atraían el altar, los vasos sagrados, los gestos lentos y solemnes; solo revestirse para ejercer su oficio, lo hacía sentir importante. Su mayor alegría, era cuando celebraba el P. Torres. No sabía por qué, pero le parecía que se transformaba que, a pesar de verlo allí, delante del altar, el Padre estaba… ¡en el cielo!… Lo que sí sabía,  era que despertaba en él un fuerte deseo de hacer la Primera Comunión, para charlar con Jesús, como lo hacía él, después de comulgar. 

Esa mañana, apenas llegado a la sacrístía, lo había notado diferente. En vez del consabido saludo de despeinarlo con cariño (y luego, volver a peinarlo), le había regalado un caramelo por que “era un día para estar de fiesta”. No entendió muy bien la razón, pero parecía que estaba celebrando una especie de cumpleaños. Sin preguntar demasiado, se aseguró que el caramelo quedara bien guardado en el bolsillo, esperando mejor momento. ¡Ya le habían enseñado que durante la Misa no debía comer!

Ahora, seguía todos sus movimientos, observándolo con veneración. Cuando fuera grande, ¡sería como el P. Torres! ¡Lo acababa de decidir!

Llegado el momento, tomó en sus manos las campanillas, y se arrodilló con cuidado, evitando hacerlas sonar antes de tiempo. Al ser elevada la Hostia Consagrada, se escuchó el vibrante sonido invitando a la adoración. Pero… ¿qué estaba pasando? El Padre no se movía, no bajaba la Hostia, parecía convertido en estatua. Después de un rato, bajó sus brazos muy lentamente, y cayó de rodillas. Luego consagró el Vino, lo elevó mientras volvían a sonar las campanillas, y… ¡de nuevo!

¡Otra vez quedó como una escultura de piedra, sin moverse, sin poderse saber, siquiera, si respiraba! Esta vez, le pareció que había tardado más aún en depositar el cáliz en el altar y arrodillarse ante él. ¿Estaría enfermo?, pensó con la candidez propia de su edad.

Lo cierto es que, ni siquiera el mismo Padre Torres hubiera podido explicar qué había pasado. No tenía conciencia de haber visto u oído algo,  pero una idea clara, nítida y fuerte se había apoderado de su entendimiento y voluntad, dejándolo insensible a lo que sucedía a su alrededor. ¡No podía dudarlo: le había sido revelado el proyecto de Dios para él! La serenidad y alegría que experimentaba, sólo podían venir de Dios. Certeza más allá de todo razonamiento, claridad inmediata y deslumbrante, paz profundamente consoladora: ¡ese era Su Sello!, ¡esa era Su Voluntad!

Después de la comunión, los ojitos escrutadores del monaguillo no dejaban de observarlo con interés. Pero el Padre no acusó recibo. Estaba sumergido en Dios, asimilando de Su Mano la idea que se había apoderado de él.

Terminada la misa, el P. Torres se dirigió al convento en busca de sus Consejeros. Una vez reunidos en su pequeño despacho Provincial, fue directo al grano: 

-Padres, los he convocado para comunicarles que hoy, en la celebración de la Eucaristía, me ha venido por primera vez la idea de fundar un instituto de Religiosas Mercedarias, de vida activa. Por supuesto, les pido reserva y absoluto sigilo hasta que yo vea la conveniencia de darlo a conocer. 

-Pero, Padre -acotó el P. Taborda-, recuerde que el Obispo Tissera (que en paz descanse) prohibió nuevas fundaciones. ¡Quién sabe cuál será la postura del prelado que nombren en su reemplazo!

-¡Tiene razón! Sin embargo, si logro concretarlo antes del nuevo nombramiento, la aprobación debería darla el actual Vicario Capitular. Y somos testigos de que Mons. Uladislao Castellano aprobó, el año pasado, la fundación de las Hermanas Dominicas. ¡No creo que se oponga!

-De mi parte, cuenta con todo mi apoyo – dijo el P. Páez-. ¿Se lo comunicará a la comunidad?

-Todavía no, por eso les encarezco el sigilo. Lo haré cuando sea oportuno y vea que la obra no corre peligro. No podemos ignorar el mal ambiente que existe para todo lo relacionado con la religión. Por eso, el silencio será el mejor aliado en esta empresa. ¿Padre Taborda?

-¡Lo apoyo, por supuesto! Cualquier cosa que necesite, estamos a su disposición.

-¡Gracias, Hermanos! Ahora, ¡a rezar y trabajar! […]”

 Así, en cada capítulo podemos sumergirnos en las experiencias narradas en el libro “Historia de una idea”, escrito por Hna. Graciela Ojeda con el apoyo y colaboración de un equipo de trabajo y de la comunidad. Está editado por Ágape Libros, y se puede conseguir en las diversas casas de las Hermanas Mercedarias del Niño Jesús, a través de la página hermanasmercedarias.com. En instagram @mercedariasnj; y en Facebook: Hermanas Mercedarias.